Tuesday, January 19, 2010

La gente camina, cada quién hacía su rumbo. El aire suele ser denso. Huele a sudor. Los cuerpos tan cerca uno del otro, a veces chocando hombros, indiferentes al tacto. Qué pasaría si tocara la palma de la mano, sí la acariciara tenuemente, a cualquier extraño, hombre o mujer, no importa. Qué dirían sí en medio de toda esa gente se produjera un encuentro fortuito entre desconocidos, sí de repente, para no aburrirse, la gente comenzara a conversar los unos con los otros sobre los pensamientos que los acosan mientras miran el fluir de los automóviles. Suelo caminar por las calles en espera de un encuentro entre desconocidos. A veces, resignado, me conformo con un cruce de miradas: sí hay suerte, puede haber una especie de complicidad. Una pequeña broma en común, la risa que causa la mirada desorbitada de los peces encerrados en una enorme esfera de cristal. Lo más sublime que he podido imaginar es un encuentro sexual entre dos ancianos desconocidos. La carne mortecina que de pronto en una esquina vuelve a sentir lascivia por un error en el sentido normal de las cosas. Una mujer sola, deprimida por la muerte de alguien más joven, se encuentra con ese vagabundo que nunca tuvo una verdadera familia. Así son mis fantasías: que la gente moribunda, por azar, reviva en un paseo diurno que con júbilo se vuelve oscuro.

Sunday, January 17, 2010

La forma en el arte es algo muy simple: imponer una serie de reglas distintas a las que sigue todo el mundo y cuidar de romper cada regla sólo una vez en la obra. Crear esas reglas a partir de nuestra filosofía sobre la representación, pero al mismo tiempo dejar ver que sucede cuando estas nos las imponemos aleatoriamente, solo por experimentar. De esas reglas surge un estilo. Todo esto de verdad es muy simple, sin embargo no hay que olvidar que fue así como se creo el universo. Y aún así detesto el formalismo, cómo si el arte fuera igual a una ciencia, y no, el arte debe ser superior. Utilizar la forma para lo que se creo: una forma de enunciar, regularla para no caer en el desorden y lo ilegible, pero fuera de eso no preocuparse por ella. La forma es tan solo el primer paso, como aprender a hablar. Es cierto, es algo necesario, pero no olvidemos que cualquiera puede aprender a hablar, lo extraordinario no surge de ahí.

La revelación que se pierde en un instante, la fugacidad de un rayo de luz: la paz, solo un momento. Pero vaya regocijo. Renacer, como morir, no tiene una duración medible. Los momentos en que la realidad la palpamos de la manera más intensa también es cuando el mundo parece que se nos desvanece, porque no estamos acostumbrados a percibir con los sentidos exaltados, lo cotidiano es que estos estén dormidos, que sean presa del hábito. La iluminación es un aturdimiento incomunicable. Y a veces ni nos damos cuenta que está ahí. Por eso es que hay que desconfiar de la razón consciente: nunca aprehende lo más íntimo. No hay confesión verdadera, aunque sea hacía nuestros adentros. La máxima aspiración: ser un autómata espiritual.