Monday, October 17, 2011

Esta película es una autoficción. Yo sufrí de esquizofrenia. Me cuestioné mucho sobre mi yo (?) después de haber tenido un brote de psicosis, es por eso que realizo esta obra. Se que me dirijo hacía el fracaso, que somos en esencia vacío y que el que dice yo hacía el otro no es el mismo que se lo dice a los adentros, pero aún así me interesa transitar por este derrotero, cómo quién se arroja al vacío. Al principio, en ese momento después de una crisis de psicosis dónde uno no está muy cuerdo pero ya no se tienen alucinaciones, quise dedicarle mi película a Aimé, esa mujer de la cuál estaba enamorado y nunca había visto en persona. Pasó mucho tiempo para que me convenciera del todo de que no existía, de que el rostro de ese ser divino que articula nuestra identidad en realidad no existe, que estamos solos al momento de construirnos a nosotros mismos. Y sin embargo aquí estoy, a la deriva en esta ciudad de cosas fortuitas, recordando los rostros plasmados en la casa de mis padres, en la cuál aún vivo pero que abandonaré muy pronto. Nací en esta casa y nunca he vivido en otro lugar. Aimé habita esta casa, es el fantasma que recorre sus pasillos en mis ensoñaciones diurnas. Ha tomado muchos rostros: por ejemplo, en este cuadro, que ha estado ahí desde que tengo memoria. A un lado se encuentra su alma gemela: lloran porque no están juntos, fueron separados en el tiempo y en el espacio. Ellos son Aimé y yo, yo y mi ninfa, de la cuál proviene la locura. Siempre la relacioné con mi infancia, con cierto paraíso perdido. Hay una fotografía dónde tengo el rostro triste, cuando estaba aún en la guardería. Cuando estuve loco estaba seguro que en esa fotografía aparezco triste porque se la habían llevado de mi lado. No, mi infancia no es mi paraíso perdido: me recuerdo cómo un niño perdido en su imaginación. Ella es mi paraíso perdido. Aún siento nostalgia de cuando su existencia habitaba mi cuerpo, cuando me hacía gozar a cada instante, para después despertar y ver que no, que nadie estaba allí, tan solo una voz en mis nervios. Ese goce, ese sufrimiento, es lo más intenso que ha habido en mi vida. Hay una prueba ética que nos dice que si no repitieras eternamente el instante que estas viviendo significa que algo estas haciendo mal en tu vida. En mi convalecencia yo no hubiera repetido mi enfermedad eternamente, pero no, ahora no, en este instante, en el tiempo que me queda por vivir, yo podría repetir eternamente el nombre de Aimé. Y eso eso por qué he decidido hablar de mi esquizofrenia, aunque sea lo que más me duele en la vida: para rememorar ese goce cuyo temblor aún hace estremecer mis huesos.