Friday, December 04, 2009

Hablar y pensar: la misma cosa. No se hablar. Eso he descubierto. El que no habla tiene una parte de su mente bloqueada. No creo en los genios que no conversan. Debo volver a aprender a hablar. Sí la humanidad se diera el tiempo de hacerlo seguramente viviríamos en un mundo menos alienado. No volcar vanas palabras como en una cafetería llena de señoras pudientes, sino redescubrir la esencia de la lengua, que es descubrir lo desconocido por medio de las palabras. Expandir mi mundo, porque cómo diría Wittgenstein, los límites del lenguaje son los límites del mundo. Hablar, por lo tanto, crea nuevos mundos, cuando se le habla al individuo correcto. Me fascina ese encuentro azaroso entre quién habla y escucha. En medio, el vacío, porque el mensaje nunca llega a su receptor si no distorsionado. Y la memoria igual, parte del azar, como demuestra Proust. Los engranajes del azar siempre están en funcionamiento cuando las palabras del otro nos afectan, o cuando afectamos al otro. Esa tirada de dados es el arte mismo, por eso es muy correcta la expresión el arte de hablar. Seguramente se puede hacer arte de sólo hablar. El poeta David Antin lo ha demostrado. Y cierta clase de cine también.

En un mundo alienado el arte de hablar será un paradigma.

Plegaria

Desnudos frente a un público, sin ningún espejo en que vernos más que nuestro reflejo en los ojos del otro. Así es la creación. Cómo me gustaría acabar con el otro, reducirlo a nada, sin narcisismo, solo para poder ser, alguna vez, en algún momento. No para que se desvele la verdad, pero sí para ser auténtico. Pero no. Ni siquiera es una buena utopía. Me aburriría, y se sabe bien que el tedio es el infierno de los privilegiados. Pero infierno al fin.

Cuando escribo este tipo de cosas, olvido la importancia de disolverse. No quiero ser para no ser visto. Mejor así. Pero la verdadera paz es para los sabios, y yo perdí eso, no se cuando. La extraño. Ahora no me queda más que actuar con los ojos cerrados, guiado únicamente por los afectos que me brinda la intuición. Y sólo eso. Lo demás lo sabré al final del camino. Cuando pueda ver mi reflejo en los ojos del otro. Una chispa tenue, apenas un destello. Me conformaré con eso: encontrarme a mí mismo en mi propia perdición.

O encontrar a otro en mí mismo.

Sí. Mejor.

Así será.