Tuesday, January 19, 2010

La gente camina, cada quién hacía su rumbo. El aire suele ser denso. Huele a sudor. Los cuerpos tan cerca uno del otro, a veces chocando hombros, indiferentes al tacto. Qué pasaría si tocara la palma de la mano, sí la acariciara tenuemente, a cualquier extraño, hombre o mujer, no importa. Qué dirían sí en medio de toda esa gente se produjera un encuentro fortuito entre desconocidos, sí de repente, para no aburrirse, la gente comenzara a conversar los unos con los otros sobre los pensamientos que los acosan mientras miran el fluir de los automóviles. Suelo caminar por las calles en espera de un encuentro entre desconocidos. A veces, resignado, me conformo con un cruce de miradas: sí hay suerte, puede haber una especie de complicidad. Una pequeña broma en común, la risa que causa la mirada desorbitada de los peces encerrados en una enorme esfera de cristal. Lo más sublime que he podido imaginar es un encuentro sexual entre dos ancianos desconocidos. La carne mortecina que de pronto en una esquina vuelve a sentir lascivia por un error en el sentido normal de las cosas. Una mujer sola, deprimida por la muerte de alguien más joven, se encuentra con ese vagabundo que nunca tuvo una verdadera familia. Así son mis fantasías: que la gente moribunda, por azar, reviva en un paseo diurno que con júbilo se vuelve oscuro.

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